jueves, 17 de febrero de 2011

¡Manos a la obra!

Andaba pensando en cómo empezar este texto que, siendo sincera, aún no sé del todo cómo enfocar. Así que he empezado a dar vueltas a todo lo que gira alrededor de Tiempo de Esperanza, tratando de encontrar un hilo que consiga conectar todos mis pensamientos y sentimientos al respecto, cuando de pronto el verdadero significado de esas mismas palabras, Tiempo de Esperanza, han calado hasta el fondo de mi conciencia.

Me he dado cuenta justo ahora, después de ya varios meses desde su bautizo, de que no es sólo un nombre, es definitivamente mucho más. Es una actitud ante la vida, una firme determinación. Es un deseo que formulamos en voz alta y a pleno pulmón los que colaboramos con su causa.

Sí, ya sé que las cosas están revueltas y si me lo permitís, yo diría que más que revueltas las cosas están bien jodidas, de eso no cabe duda, pero no voy a ser yo quien comience un rosario de lamentos enumerando las penalidades que atravesamos, aún cuando servidora se halla expatriada, con mucha morriña y pocas perspectivas de regreso temprano.

Precisamente por lo preocupante de la situación, con el bolsillo y la lista de la compra temblando de miedo, ahora más que nunca debería ser para nosotros Tiempo de Esperanza, tiempo de valorar, de luchar, de imaginar un futuro mejor, un Futuro Vivo que entienda de sostenibilidad, de cooperación e igualdad de oportunidades.

Al fin y al cabo nosotros, en nuestra constipada Europa, aún podemos una hacer la lista de la compra incluyendo algún caprichito y no sólo eso, sino que además podemos ir al supermercado en coche para no mojarnos cuando llueve. Si vamos un poco más lejos, rozando al máximo los tópicos, cuando regresamos cansados y sedientos tenemos la suerte de encontrarnos el milagro del agua corriente al abrir el grifo, aunque seguramente aún nos da para comprarla embotellada o para hacernos con una de esas estupendas jarras para purificar un agua que ya es de por sí potable (yo tengo una y me da en la nariz que es otro de esos timos publicitarios).

Pero no queda ahí la cosa, sino que si en vez de el azul, abrimos el grifo rojo que está justo al lado, ¡el agua sale caliente! ¡No veas qué pasada...! Pero tranquilos que ya paro, creedme, podríamos seguir hasta el amanecer enumerando todas las aparentemente simples comodidades de las que gozamos, en las que ya ni siquiera reparamos, hasta que dejan de funcionar y llamamos al fontanero como el que llama a los bomberos, siempre con extremada urgencia. Pero estoy convencida de que todos hemos oído o leído un millar de discursos como este.

No me entendáis mal, no estoy intentando hacer que nos sintamos culpables por lo que tenemos, no. Pero sí sueño con que llegue un día en el que todos, yo la primera, dejemos de mirarnos el ombligo con tanta preocupación. Ya se sabe que lo más grave siempre parece ser lo que le pasa a uno mismo, pero por favor intentemos no perder la perspectiva de las cosas, intentemos, por una vez en la vida abrir los ojos a este mundo y comprender lo afortunados que en realidad somos si observamos las cosas y nos atrevemos a decimos la verdad a nosotros mismos.

Alguna vez, muchas menos de las que desearía, he tenido uno de esos fugaces momentos de lucidez, normalmente siempre ha sucedido tras un prolongado estado de pesimismo producido por invertir mi tiempo en pensar en lo que no tengo (que conste que no hablo de cosas materiales) y en lo que me queda por conseguir.

Por fortuna, normalmente en el momento culminante de mi auto compasión, ya casi convencida de mis propios argumentos, se enciende una luz en mi cerebro que me obliga a parar.


Y de pronto todas esas verdades bombardeando mi conciencia: eres libre, estás sana, la gente a la que amas también lo está. Tienes un techo, comida caliente en la mesa, cambio para tabaco y cerveza, viajas dos o tres veces al año... ¿de qué demonios te quejas?

¿Reconocéis ese momento? ¿Os ha pasado alguna vez? Seguro que sí.

Justo en ese instante, como un acto reflejo o como si se tratara de un pensamiento paralelo, suele pasar que la mente se escapa a otros lugares, lugares donde no hemos estado aunque a veces nos parezca que sí. Lugares donde un elevado porcentaje de la población no tiene acceso a cosas tan básicas como comida, agua corriente, electricidad, educación o sanidad. Lugares donde muchos niños, demasiados, han sido víctima de toda clase de abusos, donde la criminalidad apabulla con alarmantes cifras y que riegan no sólo de tinta los periódicos, sino también de sangre las calles.

Lugares donde, nunca mejor dicho y en el mejor de los casos, sólo tienen Esperanza. Guatemala es uno de esos lugares, uno de muchos.

Durante estas ráfagas de lucidez sucede que la gente decide abrazar su suerte y compartir lo poco o mucho que tiene, bien sea de su tiempo, dinero o ilusión con aquellos que lo necesitan, que pueden ser familiares, amigos, el tipo que se sienta en la otra punta de la oficina, extraños con los que nos cruzamos por la calle o extraños con los que seguramente no nos cruzaremos jamás...Realmente no importa mientras seamos capaces de subirnos a esa ola y hagamos gala de nuestra condición de humanos en la mejor de sus versiones, que no es otra que cuando paramos de pensar en nosotros mismos para empezar a pensar también en los demás.

Ahora mismo sonrío de ilusión pensando que si has leído esto y en alguna frase has asentido para tus adentros, que si alguna vez tú también has sentido que quieres hacer algo por los demás, entonces realmente, y a pesar de todo, sí es Tiempo de Esperanza. ¡Manos a la obra!

Laura Pando.